La culpa del miserable

Nos levantamos muy temprano para ir a trabajar, consultamos brevemente sentados en la taza del váter, con el velo del sueño aún en nuestra mirada,  las noticias y seguramente alguna reforzará la idea de que somos culpables.

Culpables del cambio climático, culpables del bombardeo indiscriminado de Gaza, culpables del precio de la luz, culpables de que un carguero vuelque en la costa española miles de toneladas de pellets (bolitas de plástico que según algunos políticos deberíamos comer tranquilamente para cagarlas después), culpables de morir prematuramente de enfermedades cardiovasculares…

La lista de pecados que nos atribuyen es casi infinita. Tanto como la estupidez humana, que no conoce límites.

Si no reciclas, eres un malvado asesino de especies protegidas.

Si no combates el frío de tu casa poniéndote dos jersey, un chándal de felpa, cuatro camisetas térmicas y siete calcetines, en lugar de encender la calefacción eres un desalmado.

Si no degustas una hamburguesa vegetal no impresa en 3D y prefieres carne de animal eres un asesino.

Si sostienes la puerta para que pase antes que tú una señora o una joven, o incluso una persona con muletas, eres un machista, discriminas a las personas con movilidad reducida (si dices minusválido eres un retrógrado fascista).

Es decir, el relato que ahora hay que comprar masivamente es que la culpa de todos los problemas de nuestra sociedad, del planeta, de la naturaleza, es tuya.

Es mía.

Es nuestra.

Este “nuestra” es excluyente porque es obvio que no es “suya” (de los vendedores del relato).

Y no.

Yo me niego a asumir la culpa.

Me niego a creer que si me desplazo en coche particular, porque vivo fuera de la gran ciudad debido a los precios prohibitivos de la vivienda, para ir a trabajar y para llevar a mis hijos al colegio, soy culpable de contaminar la atmósfera. Mi vehículo está revisado y mantenido, gasto dinero en su mantenimiento y puesta a punto, paso holgadamente las revisiones periódicas y me mantengo dentro de los límites establecidos por la ley. ¿De qué soy culpable? ¿de haberlo comprado a plazos para poder pagarlo y de utilizarlo para poder desplazarme y organizar la operativa familiar diaria? ¿Tengo que levantarme dos horas antes para utilizar una red de transporte público lenta, ineficiente y que no me da la alternativa que necesito para llegar a mis destinos?

No.

El incremento de la contaminación no está relacionado con nuestros vehículos particulares si no con los grandes cargueros (por ejemplo) que vienen a demanda desde China para suministrar los productos que somos incapaces de producir aquí. Un solo barco de estas características contamina el equivalente a cientos de miles de vehículos de vehículos.

«Según un estudio de Transport & Environment, los 218 cruceros europeos emitieron la misma cantidad de óxidos de azufre (SOx) que 1.000 millones de coches» 

Así que, vendedores de relatos no intentéis colármela.

En este punto quiero aclarar que no estoy diciendo que utilicemos el coche para ir a la panadería de la esquina, no, como todo en esta vida el secreto es manejar el equilibrio.

Utilizar el coche de manera equilibrada y razonable.

Reciclar en la medida de nuestras posibilidades. Si vivo en un piso de 40 metros cuadrados no se me puede exigir tener varios cubos de basura con distintos productos y, por supuesto, no se me puede castigar por ello.

Y este ejemplo del coche y la contaminación puede extrapolarse a todo lo que he resumido al principio del artículo.

La idea subyacente es culpabilizar al individuo medio, al del sueldo medio, al que llega a fin de mes apurado y con dificultad, al endeudado, al que paga a duras penas sus facturas.

Esa culpa no alcanza a los grandes acomodados que disfrutan de una vida lujosa, bien merecida, imagino, si no a las clases bajas (la clase media está desapareciendo a base de agrandar el casi insalvable abismo económico entre clases).

Pero para desprenderse de la culpa hay que informarse, estar seguro de lo que sucede, entender, consultar, discrepar y tener criterio. Y como esto no interesa, se moldean masas adocenadas de ciudadanos ignorantes que se tragan los falsos relatos pues ni siquiera tienen la capacidad de cuestionarlos.

Pero esto es tema para otra breve reflexión en otro artículo, la extrema, medida y malvada desarticulación de la educación pública de calidad.

De momento, me conformaré con haber rayado de manera superficial el maravilloso vinilo de vuestras conciencias para, al menos, que os hagáis un par de preguntas.

¿Por qué me culpabilizan? ¿Por qué no actúan contra los grandes responsables de los males que me achacan a mí?

Gracias por leerme.

 

Referencias: 

Tan sólo 200 cruceros contaminan más que 1.000 millones de coches

CADENA SER: El conselleiro do Mar gallego, sobre comer "accidentalmente algún plástico": "Entran por donde entran y salen por donde salen"

 

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